Capítulo 393. De dioses y hombres.

Dioniso, dios de la vegetación y del vino, de los impulsos vitales, del éxtasis y el entusiasmo convocaba a sus fieles fuera de las ciudades invitándoles a una comunión con la naturaleza. Dioniso enemigo de los mediocres, los formalismos y los tristes de la vida mantenía una posición singular respecto a las demás deidades olímpicas. Un dios extranjero, hijo de una mortal, un recién llegado un tanto peculiar. Extraño compañero este patrón del vitalismo y del brote impetuoso de las plantas y los seres animados. Protector de la vid, de la máscara, las danzas en los montes y el frenesí orgiástico. Simbolizado con un enorme falo para representar no tanto la fertilidad sino la excitación, el impulso y la tensión vital que procuraba a sus fieles, el dios de la alegría no protegía ni a las familias ni a las comunidades urbanas establecidas. No le interesaba lo civilizado. Su nombre significa el 'liberador' de los vínculos sociales e invita a la fiesta. 

Dioniso, una divinidad de última hora, capaz de morir y resucitar. Los órficos narraban cómo fue despedazado a manos de los titanes que lo habían atraído ofreciéndole juguetes y frutos. Luego lo descuartizaron, lo asaron e hirvieron y lo devoraron en un banquete. Tan solo su corazón quedó sin devorar cuando su padre Zeus los fulminó con su rayo. De las cenizas de los titanes devoradores de Dioniso fueron creados los humanos. Es por esto que los hombres tienen un componente titánico, feroz y culpable, y algo divino y vital, indestructible, alegre y apasionado procedente de la porción dionisíaca que se quedó agregada a aquellas cenizas.



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