Capítulo 370. Jammin' with The Cat vol.11 - El individualismo del gato.

Nathan ha levantado la vista del periódico y ha exclamado con júbilo, para su propia sorpresa: “¡Luther! ¡El gato ha vuelto!”. Luther ha hecho como no le daba importancia, pero él y yo sabemos que es mentira: “Sí, por supuesto, ha vuelto. Siempre vuelve”.

Lo hago de vez en cuando. Y no por gusto, sino por obligación. Soy un gato callejero –negro, claro está–, y se supone que tengo que ser muy independiente, y muy individualista y muy el buey suelto bien se lame. Por eso, de cuando en cuando, me voy a la calle y me tiro un tiempo sin ir al Florian´s. La verdad es que es una lata, pero es lo que tienen estas cosas de la imagen. En fin, el caso es que estoy unas semanas fuera –nada de aventuras estúpidas, no me muevo de aquí al lado–, charlo con los pocos colegas que no son del todo bobos y, cuando creo que mi reputación ya está suficientemente realimentada, vuelvo al Florian’s.

Y Luther hace siempre lo mismo. Se gira, elige “el” vinilo y pone este tema:


Para Nathan, éste es mi primer regreso y, por ello, le pilla todo de nuevas. Tarda un poco en darse cuenta, pero al rato se gira y musita: “Oye, tú… que esto es ‘Spoonful’… ¿no?”. Luther le mira con algo semejante a la admiración: “Muy bien, Nathan, muy bien. Sí, es ‘Spoonful’ ¿Supone para ti un problema?”.

Nathan casi ni le oye. Sigue escuchando el tema, adivinando la triple repetición de las dos notas básicas de la canción por debajo de los solos y arreglos de la orquesta de Gil Evans. Nathan no sabe mucho de jazz –ni de casi nada–, pero sí tiene una aceptable formación en rock y derivados. “Sí, es un problema. Es mi problema. El problema es que yo creía que, con este tema de Willie Dixon, lo más diferente que se podía hacer es lo que hizo Cream. Y resulta que no”.

No es ni de lejos el mejor trabajo de Gil Evans o de cualquiera de sus orquestas. De hecho, el pianista y compositor no lo quiso incluir en la primera versión del álbum que ahora lo contiene y sólo muchos años más tarde se dio cuenta de que en él hay mucho más de lo que parece. Sobre todo, cómo convertir un blues duro y machacón en un tema de aire “cool”, pero que resulta en el fondo más inquietante que un paseo nocturno por el mi barrio de origen.

Emocionado por el descubrimiento, Nathan no logra pillar la relación. “Sí, siempre le pongo este tema cuando vuelve”, admite Luther. ”Es de un disco que se titula ‘El individualismo de Gil Evans’ –lo pillas ya, ¿no? –. Y, si cierras los ojos, el arreglo y los solos te traen a la cabeza el perfil de un gato caminando lentamente, en medio de la noche, con un suave contoneo”. Nathan cierra los ojos y no logra evocar nada, pero hace como que sí para obtener más información.

Y Luther, encantado de que el otro se lo tome como un favor, le explica que Gil Evans es uno de los compositores, arregladores y directores de orquesta míticos de la historia del jazz. Que sus colaboraciones con Miles Davis son legendarias porque dieron lugar a leyendas (por ejemplo, The Birth of The Cool, Porgy and Bess y, fuera gorros, Miles Ahead). Que se caracterizó por su manía, nada caprichosa, de introducir sistemáticamente en sus orquestas algunos instrumentos muy poco habituales en jazz, como la trompa, el violín o la tuba. Que alternaba períodos de intensa actividad con largos silencios repentinos. Que, puesto a ser raro, hasta era canadiense. Que no era precisamente un virtuoso del piano, pero que lograba que sus solos parecieran algo lejanamente emparentado con Ellington o Monk. Que igual colaboraba con Charlie Parker, Gerry Mulligan o Steve Lacy, que con Bob Hope o Astrud Gilberto. Que igual grababa con mitos del jazz como Paul Chambers, Elvin Jones o Wayne Shorter, que con gente más cercana a la fusión con rock, como David Sanborn o Lew Soloff (“sí, Nathan, el de ‘Blood, Sweat and Tears’, ese mismo”) o, incluso, con gente vinculada al free jazz, como George Lewis o Tony Williams. Que está considerado como el mejor arreglista de la historia del jazz, sólo por detrás de Duke Ellington. Que…

Nathan imita ese gesto que hacían antes los niños en clase cuando querían recibir permiso para ir al baño o hablar en voz alta. Luther se lo concede. Nathan hurga en un rincón privado y saca un CD. “No lo hago para comparar, Luther, Dios me libre”, se excusa. “Es mi manera de darle al gato la bienvenida”. Luther hace un aristocrático gesto de aceptación y suena esto:


Me siento y escucho reverentemente. En medio de la larga grabación, Luther me guiña un ojo y susurra: “Tranquilo, gato, otro día le contaremos que Gil Evans hizo con álbum con temas de Jimi Hendrix…”

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