Capítulo 225. Jammin' with The Cat vol.3 - El oso que era un gato

Los gatos que han leído a Cortázar (no hay muchos, pero yo sí) opinan de manera ampliamente consensuada que Thelonius Monk suena como un oso tocando perezosamente el piano. Se equivocan. Les traiciona la memoria. Es verdad que el autor de “Rayuela” le llama oso hasta seis veces en algo menos de tres páginas de “La vuelta al día en ochenta mundos (tomo II)”. Pero, ojo, dice que “parece” o, mejor, que “es” y camina como un oso; pero no que “toque” como un oso.  Prueben: pongan cualquier tema de Monk y cierren los ojos. En efecto, suena como si un gato se hubiera subido al teclado y caminara sobre él, a veces lánguido, a veces nervioso, a veces irritado, siempre irónico.

Monk tocaba así desde que, allá por los años 40, participó en la gestación del “be bop” en las noches del “Minton’s”, con Parker, Mingus, Gillespie y demás. Curioso caso. El sonido del piano de Monk estuvo siempre un poco más en la vanguardia que el sonido de sus colegas (que ya es decir), pero, a pesar de sus voluntarias disonancias, de su aporreo antirrítmico, de su “tarareo” aparentemente caprichoso, a Monk no le pasó como a tantos grandes artistas que, por tocar para tiempos más avanzados que el suyo, no son reconocidos sino mucho más tarde. Y, cuando llegó el tiempo que sí parecía más el suyo (la frontera entre el “hard bop” y el “free”)… siguió tocando como en los 40 y sonaba igual de avanzado que en los 40.

Y compuso, vaya si compuso. Pídanle a cualquier parroquiano del “Florian’s” la lista de los 50 mejores temas de jazz y cuenten cuántos son de Monk. Les citará… yo qué sé: “Pannonica”, “Straight, no chaser”, “Ruby my dear”, “Misterioso”, “Epistrophy”, “Blue Monk”, “Bemsha swing”, “Monk’s mood”, “Well, you needn’t”, “Monk’s dream”, “I mean you”, “In walked bud”… y, claro, “Round about midnight”. Son tan fundamentales en la historia del jazz, que Monk los tocó una y otra vez en sus sucesivos y numerosos discos, haciendo versión tras versión, siempre los mismos temas, pero siempre diferentes.

Yo tengo un favorito, porque los gatos somos muy selectivos. Y, entre tamaño filón, elijo “Thelonius”… O de cómo se puede repetir 4 veces una sucesión de 7+1 notas y hacer una composición imbatible.

Entre los vinilos del “Florian’s” hay no menos de cuatro versiones de “Thelonius”. La primera (supongo), de 1947, con Art Blakey y Idrees Suleiman, entre otros; es la más irónica, jugando con el oyente como si fuera a seguir una línea estable y escapándose de ella una y otra vez mediante el machaqueo repetido de una misma nota, con cita a “Salt peanuts” incluida. La segunda es una grabación en directo de 1959, con una formación inusual en Monk: una orquesta de 10 miembros que incluía en el viento a Donald Byrd, Pepper Adams, Phil Woods y un eterno acompañante del pianista, Charlie Rouse, el saxo que mejor le entendió. Quizá por tratarse de una orquesta, el sonido de Monk es aquí más redondo, con acordes más contundentes y un aire general más ordenado y estructurado. Y las tercera y cuarta versiones (mis favoritas dentro de la favorita) se hallan incluidas en el penúltimo disco de Monk: un vinilo del ’68, con una portada espectacular, en el que esta composición suena como una especie de síntesis de las dos versiones anteriores, tocada aun con más energía, con más “swing”, con más urgencia, como si el tiempo se le escapara a Monk y quisiera meter en poco más de tres minutos un montón de ideas que no cabían realmente en ellos. 


Doy un lametón respetuoso a la partisana de la portada mientras Luther (lo juro) logra silbar el solo de Monk. Yo no digo que sólo los buenos músicos de jazz puedan tocar bien temas de Monk, pero sí que los músicos de jazz que son capaces de tocar bien los temas de Monk son incuestionablemente buenos. Carmen McRae incluso se atrevió a cantar 18 composiciones suyas (“Carmen sings Monk”) en un auténtico “tour de force”. Y Miles… bueno, Miles tiene una grabación en Blue Note de “Well, you needn’t” en la que Miles, sin ser aún Monk, termina casi pareciendo Monk, sin dejar por ello de ser Miles. No sé si me entienden.

Nathan entra con aire frivolón y espeta: “Anda, es Duke Ellington tocando el piano ¿no?”. El vaso que Luther andaba secando rebota secamente contra las agrietadas maderas del “Florian’s”. Nathan se da cuenta e intenta recoger velas con aire contrito: “Ah, no, claro, no sé, estoy bobo, perdona…” Y, para su sorpresa, Luther le sonríe casi por primera vez y murmura con acento sorprendido: “No, tranquilo, Nathan, si en el fondo hasta tienes razón…”

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